martes, 17 de julio de 2007

EL MÁS GRANDE

Se ha ido. Esa sensación nos envuelve casi sin dejarnosrespirar. Ya no está a nuestro lado. No importa si lo hemos sabido durante meses o si su partida ha sido desesperadamente repentina; no podemos explicarnos que no esté con nosotros. No podemos aceptar que esa persona a la que amábamos, a la que amamos –porque el amor no se ha ido con ella- nos haya dejado.Había tanto para decir todavía, tanto para hacer. Si hubiéramos sabido; si hubiéramos podido, no hubiéramos dicho, no hubiéramos hecho. Esta vivencia de lo irremediable hace que el dolor que nos atraviesa el alma sea profundo, infinito, que nos lastime como una tremenda herida física.Hoy es tiempo de tristeza y es bueno y justo que así sea. Más adelante llegarán los recuerdos y mucho después, aunque nos parezca imposible, el consuelo. Pero hoy no frenemos las lágrimas: es necesario llorar, desahogarnos y no reprimir nuestros sentimientos y emociones. Llorar a solas o en compañía, en silencio o a los gritos, emitir el llanto como una queja, con impotencia, con todo nuestro dolor. Hasta que el tiempo de las lágrimas pase, dejándonos una rara sensación de cansancio y alivio, una calma exhausta que nos permitirá a pesa de todo, continuar.Muchos dicen que sienten tu pena, que sus sentimientos acompañan a los tuyos. Te envían flores, cartas de condolencia, te visitan, te hablan, te distraen. Pero, entre todas esas personas, siempre hay alguien especial que se queda a tu lado sin decirte nada, y solamente aprieta muy fuerte tu mano. Refúgiate en esa persona que trata de aliviar tu pena en silencio, que te comprende y que sabe que, en un primer momento, es necesario vivir el dolor en toda su dimensión, para después, asimilarlo y ofrecerlo al movimiento incesante de la vida.

No hay comentarios: